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Siendo fieles testigos: sirviendo a Dios en un mundo que cambia

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3. La Historia de Nadia

Max L. Carter Junta Anual de Carolina del Norte (FUM)

La noche anterior, la casa de Nadia haba sido acribillada a balazos por un vehículo de asalto armado, mientras ella, su esposo y sus tres hijitos quedaron acurrucados en el suelo del dormitorio. Pocas horas después, yo me encontré en el patio de la casa palestina arruinada, con un grupo de norteamericanos, escuchando su historia.

‘Durante media hora estuvimos bajo fuego, ¡y nos llaman terroristas a nosotros! No tenemos fusiles, pero un tanque nos ataca a mitad de la noche, ¡y nos llaman a nosotros terroristas! Cuando barrimos la casa para sacar los cartuchos, vimos que venían estampados “Hechos en EE.UU.” ¡Ojalá todos los Yanquis se quemen en el infierno!’

¿Qué podíamos hacer? Como voluntarios en un campamento de trabajo en la Escuela de los Amigos en Ramallah en el verano de 2001, habíamos venido a la región para dar testimonio del mandamiento Bíblico de amar y servir. Pero ahora nuestro “testimonio” había asumido un sentido totalmente diferente al ser testigos del terror y de la ira. Cuando nuestro grupo discutió el evento al regresar a la Escuela aquella noche, una visión clara de la manera apropiada de actuar se apoderó de nosotros. Los activistas por la paz, tanto israelíes como palestinos, nos habían dicho que cada hombre, mujer y niño en los EE.UU. contribuye un promedio de $20 cada año para los armamentos que ayudan a crear el problema en la región. Simbólicamente, cada uno de nosotros contribuyó $20 a un fondo para que Nadia y su familia pudieran empezar a reconstruir su casa. Aumentado por otro dinero que los Amigos en EE.UU. nos habían dado para “emergencias”, el fondo ascendió a unos cientos de dólares. Lo enviamos al día siguiente con una maestra de la Escuela de los Amigos que conocía a Nadia, esperando que ella fuera a aceptarlo.

Unos días después, mientras disfrutábamos una cena en casa de la maestra, Nadia llamó y preguntó si podía llevar a su familia a visitarnos. Los esperamos con ansiedad – ¡en los dos sentidos de la palabra! ¿Estaría ella todavía furiosa? ¿Consideraría nuestra donación dinero manchado de sangre?

Nuestra ansiedad pronto se alivió. Nadia y su familia se veían tranquilos y nos expresaron su agradecimiento. Después de unos minutos de conversación agradable, preguntó, ‘Los Cuáqueros ¿son Cristianos?’ Yo me reí, explicando que, en algunos grupos de Amigos se tardaría horas en contestar esta pregunta. Nosotros, sin embargo, contestamos sencilla y directamente “Sí”. ‘Me parecía que sí’, dijo ella, y entonces esa mujer Musulmana puso la mano en su bolso y sacó símbolos Cristianos que ofreció a cada uno de nosotros: crucifijos de Jerusalén, una cruz en el estilo de las cruzadas, imágenes de Belén.

Sólo unos días antes, éramos potencialmente enemigos: una familia palestina Musulmana agredida por armamentos suministrados por los Estados Unidos, aparentemente Cristianos, y nosotros – visitantes de los EE.UU. Nuestra meta inicial de ‘dar testimonio’ del amor de Dios sirviendo a otros se había transformado en una experiencia profundamente conmovedora de ser testigos del dolor y la angustia que requieren reconciliación.

El mensaje de Dios sobre la posibilidad de reconciliación se hizo visible: una señal de amor que llegó en forma de un crucifjo dado por una Musulmana a un Cristiano. Es posible que sea yo el único Cuáquero entre los que yo, hasta ahora, conozca que lleve consigo un crucifijo. Es un recuerdo diario de la realidad del amor que redime.

Preguntas:

- ¿Qué tenemos que hacer para llegar a entendernos con personas de comunidades de fe diferentes a la nuestra?

- Como ciudadanos ¿qué hacemos si nuestro gobierno sigue una política que nos parece errónea?

- ¿Cómo reaccionas cuando alguien expresa su ira?